Convocatorias

domingo, 28 de marzo de 2010

Devoción para los momentos de Pasión

Ya está el Devostisimo Señor de la Lanzada sobre su Calvario, en espera de su oportuno sudario. Con el retranqueo han quedado a su paso todo el conjunto bien fijado, Longinos, NUESTRO Cristo y demás elementos exornales para gozo y disfrute de sus costaleros juncales. Ha quedado, en su entorno, el negro mejor elegido según corresponde y se ha desprendido del otro negro que sólo fue adherencia para momentos de inclemencia. El negro no es sólo un color, sino que también para algunos es símbolo de valor, ahora lo tiene el que más luchó por él y ahora es su mejor acreedor.
Desde este rincón narrador y semanasantero no quiero rezar al Jesús del madero sino al que anduvo en la Cruz. Ahora son todos los que están, más no están todos lo que son. Yo he vuelto en Domingo de Ramos, en la Corrala de Santiago, a disfrutar de su concierto. Sublime interpretación que me dio inspiración, por ello con un oportuno giro no quiero que la Valiente quedé en el olvido, queda el mencionado rincón dedicado para glosar el ayer, hoy y el mañana de nuestra Semana Santa, para disfrute de todo aquel que le apetezca este plan en su nuevo afán. Desde el mismo os deseo una magna Estación de Penitencia en la que portaréis al Cristo de la Lanzada para que lo disfrute toda Granada, yo lo haré cuando delante tenga su presencia, desde el amor y la obediencia.
Comenzamos rememorando el ayer:
Vía Crucis Abaicinero
El barrio castizo y misterioso del Albayzín nos ofrecía hace muchos años, una procesión muy típica y sugestiva. Corría el año 1917 cuando un puñado de buenos albaicineros se reunían para fundar la Cofradía del Vía Crucis. Hermandad que figuraba entre las más antiguas de Granada, rivalizando en antigüedad con la del Santo Sepulcro. Durante los primeros años, debido a la pobreza de su fundación la imagen del Cristo que figuró en el desfile era cedida. Tuvieron que pasar años para que la cofradía pudiera costear y encargar al escultor Espinosa Cuadros la imagen de su sagrado titular.
La salida procesional se realizaba regularmente el día del Viernes Santo, a la hora del alba, desde la iglesia del Salvador. A la misma hora desde la cercana Iglesia de San Bartolomé, iniciaba también su peregrinación procesional la Virgen de los Dolores. Ambas imágenes eran transportadas en andas hasta plaza Larga, siendo aclamado su encuentro. Al principio, los hermanos que acompañaban a los pasos no iban vestidos con vestimentas penitenciales. En su momento las túnicas nazarenas fueron de color morado con bordadura a los pies, rememorando la túnica del Señor. El Cristo de la Amargura marchaba desde plaza Larga, seguido de la Virgen de los Dolores, por la calle del agua, las Cuatro Esquinas, San Gregorio, plaza de la Cruz de la Piedra y carril de San Miguel hasta llegar a la ermita del Arcángel.
Las imágenes quedaban allí y pasada la Semana Santa, los cofrades realizaban el traslado del Cristo a la iglesia del Salvador y la Virgen a la de San Bartolomé. Las dos imágenes desaparecieron en los incendios de los años treinta. De 1936 a 1944 no hubo procesión, reanudándose la tradición cuando se encargaron las nuevas imágenes.
De una manera algo impresionista, me gustaría dar unas pinceladas de color a este gran evento que tristemente, como otras cosas de la Granada de ayer, han caído en la senda del olvido.
Imaginad esa suave madrugada abrileña, de la primavera granadina, dulce, melancólica; que se despierta al son de una discreta sinfonía luminosa, que va posando sus tenues luces en la pureza de la sierra lejana, y en los vagos contornos de las rojas colinas. Una blanda neblina envuelve sus pintorescas callejas de barrio moruno. Gracioso laberinto propicio a las románticas fantasías y evocación de tiernas palabras. Rosados destellos alegran las viejas hornacinas conservadas por la devoción. Delicados aromas brotan de las blancas tapias de su encantados cármenes y pintureros huertecillos. Canta saltarina el agua en sus limpias acequias, para brillar mansamente en sus aljibes de elegantes trazas.
Se ve una compacta muchedumbre que se apretujan en las intrincadas callejuelas. Los mozos lucen su peculiar traje de los días de fiesta. Sombrero de ala ancha, blusa corta y provocativa faja colorada con abotinado pantalón. Ríen las mozas con el optimismo de la juventud, juncales albaicineras, de ojos de brasa, profundos, enigmáticos, de soberano talle y arrogante cabeza tocada de rojo clavel.
Vemos avanzar silenciosamente y con devoción la doble fila de penitentes morados. En medio de la procesión y vestidas de nazarenas, preciosas chiquillas, llevan en bandejas los atributos de la pasión. Luciendo sus bellísimos rostros desfilan las tres Marías y la Verónica.
Sube la cuesta con imponente naturalidad la imagen de Nuestro Padre Jesús de la Amargura, agobiado por la pesada cruz de pecados humanos. Tras él camina su apenada madre la Virgen de los Dolores, ofreciendo ella misma la víctima del más sublime drama que recuerda la humanidad.
En rincones de inigualables belleza se han colocado altares, reflejo exacto de las catorce estaciones que narra el Evangelio. Altares establecidos bajo el patrocinio de la cofradía titular, donde los vecinos se vuelcan con entusiasmo religioso y artístico. Siempre favorecido por las características de la naturaleza pinturera del Albayzin. Primero, se colocaron imágenes y más adelante vistosos cuadros de Pasión. En algunos puntos de la ruta, como el del Arco de San Antonio, se colocó una imagen colosal de Cristo, y al pie los soldados romanos que apuntaban con sus lanzas el costado de nuestro Redentor. El contraste de las luces que se reflejaba en cascos y armadura, junto a la silueta de la imagen, impresionaba profundamente. También es de recordar el altar que se erigió en la placeta de la Cruz de Piedra, con una imagen del Redentor encima de una pita. Estos dos alteres, llamaron poderosamente la atención, por su sencillez, y por la solemnidad lograda con plenitud.
Con el incendio acaecido posteriormente en la Iglesia del Salvador, desaparecieron los estandartes que se lucían en la tradicional procesión, que se debían a las firmas de los mejores pintores granadinos. Como igualmente de óleos, también de artistas locales, que servían como motivos pasionistas para los altares del trayecto, que junto con las maravillas que guardaba el templo, fueron pasto de las llamas, para tristeza de quienes con su entusiasmo y sacrificio habían dado vida al Vía Crucis en sus primeros tiempos.
Llega la comitiva a estos enclaves pasionistas, donde se reza las estación correspondiente, acto sencillo, humilde, pero con emoción intensa y gran devoción. La muchedumbre contestando al rezo con devoción en esta madrugada oriental, en este ambiente único, son la viva evocación de la tragedia del Gólgota en toda su imponente grandeza.
Al fin alcanza el cortejo la empinada cuesta del cerro del Aceituno, para llegar a la ermita donde se venera a San Miguel Arcángel. Aquí es donde el cuadro adquiere su más sublime expresión. Ha triunfado el sol completamente, bajo su yugo vemos la ciudad recostada e indolente al pie de la colina, brillan las casas con fresca blancura, surgen notas policromadas de lujuriante vegetación y se extiende en la lejanía la serena majestuosidad de la Vega, ondulante y sedosa como un manto oriental. Tras un mar de brumas se asoma en el horizonte la opulenta Sierra Nevada. Como orgullosa matrona que luce sus altas y blancas tocas.
Hay en todo una maravillosa armonía, el cielo, la tierra, la luz, la brisa, las gentes, todo.Todo forma un indefinible conjunto que sólo aquí se puede admirar. En esta mañana luminosa de primavera un pueblo sencillo, artesano y artista realiza la más típica y sugestiva de las procesiones de la Semana Santa.
Esto y no otra cosa fue el famoso y añorado Vía Crucis del Albayzín granadino.

Dedicado a los albaicineros, que fueron, son y serán las piedras de este imponente barrio.

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